CACICA
URIMARE
Los hechos que elevaron a esta
bella princesa de origen Mariche, llamada Urimare, al pedestal de heroína y
protagonista de un subjetivo y original relato, pertenecen a la mera leyenda.
Su padre el valiente Aramaipuro, una vez penetrado en los otoñales parajes de la madurez, desanimado, cansado de luchar inútilmente, optó por capitular, retirarse a oriente y asentarse con su pueblo en la zona costera.
Refiere la tradición que este cacique se esforzó siempre por educar celosamente a su hermosa y única hija, Urimare, y que, con el propósito de que lo sucediera en el cacicazgo, la había instruido en los secretos del gobierno y de la guerra de tal suerte que la esbelta joven, dotada de despierta inteligencia y sólidos conocimientos que habrían de permitirle administrar con eficiencia las actividades de la tribu, llego igualmente a adquirir una sólida formación bélica, esto es, dominio de las tácticas del ataque súbito y destreza en el combate con las habituales armas de su pueblo: el arco, la flecha y la macana.
Tal las cosas discurrieron los años. Y, llegado 1595, el despiadado pirata ingles Walter Raleigh, obrando como solían hacerlo estos abortos de la naturaleza poseídos de crueldad infrahumana y sangrientos instintos, ataco salvajemente la ciudad de cumana, arrasó cuanto halló a su paso, saqueo y incendio.
La noche del saqueo, no bien hubo comenzado la acostumbrada orgía a bordo de la nave inglesa capitana, con el consuetudinario e irracional consumo de licor por parte de la dotación al completo, la bella Urimare, a quien el sanguinario Raleigh había reservado en sus aposentos para su particular disfrute, en ausencia de este consiguió abrir una ventana situada al fondo de la espaciosa cámara y, deslizándose sigilosamente a su través, se zambullo, en medio salto, en las oscuras aguas. Toda la noche debió pasarla nadando hacia una de las playas hasta que a la mañana siguiente, muy de madrugada, sin fuerzas, con alarmantes síntomas de deshidratación y a punto de morir, le recogieron unos pescadores.
A la hermosa Urimare, la muerte de su progenitor en el ataque del pirata Raleigh vino a ocasionarle un largo vía de penalidades: tras haber efectuado labores manuales en una misión y dado muerte, en defensa propia, a un mal sujeto que había tratado de violarla, se vio obligada a huir hacia el oeste seguidamente luego de varios meses de penoso caminar, defendiéndose como pudo de las alimañas y alimentándose únicamente de frutas así como de las esporádicas piezas de caza que logro capturar, famélica, en penosas condiciones físicas, consiguió alcanzar la zona este del litoral central, pidió ayuda al cacique Guaicamacuto, y se acogió a su amparo. Junto a este participo con insospechada efectividad en algunas de las acciones postrimeras de la lucha por la defensa del suelo patrio, hasta la total claudicación del pueblo aborigen.
Cuenta la tradición que, atendiendo a ciertos emisarios llegados desde su tribu, Urimare retornó junto a los suyos y codo a codo con ellos desempeño, con dignidad y competencia, el cacicazgo hasta el día de su muerte.
Su padre el valiente Aramaipuro, una vez penetrado en los otoñales parajes de la madurez, desanimado, cansado de luchar inútilmente, optó por capitular, retirarse a oriente y asentarse con su pueblo en la zona costera.
Refiere la tradición que este cacique se esforzó siempre por educar celosamente a su hermosa y única hija, Urimare, y que, con el propósito de que lo sucediera en el cacicazgo, la había instruido en los secretos del gobierno y de la guerra de tal suerte que la esbelta joven, dotada de despierta inteligencia y sólidos conocimientos que habrían de permitirle administrar con eficiencia las actividades de la tribu, llego igualmente a adquirir una sólida formación bélica, esto es, dominio de las tácticas del ataque súbito y destreza en el combate con las habituales armas de su pueblo: el arco, la flecha y la macana.
Tal las cosas discurrieron los años. Y, llegado 1595, el despiadado pirata ingles Walter Raleigh, obrando como solían hacerlo estos abortos de la naturaleza poseídos de crueldad infrahumana y sangrientos instintos, ataco salvajemente la ciudad de cumana, arrasó cuanto halló a su paso, saqueo y incendio.
La noche del saqueo, no bien hubo comenzado la acostumbrada orgía a bordo de la nave inglesa capitana, con el consuetudinario e irracional consumo de licor por parte de la dotación al completo, la bella Urimare, a quien el sanguinario Raleigh había reservado en sus aposentos para su particular disfrute, en ausencia de este consiguió abrir una ventana situada al fondo de la espaciosa cámara y, deslizándose sigilosamente a su través, se zambullo, en medio salto, en las oscuras aguas. Toda la noche debió pasarla nadando hacia una de las playas hasta que a la mañana siguiente, muy de madrugada, sin fuerzas, con alarmantes síntomas de deshidratación y a punto de morir, le recogieron unos pescadores.
A la hermosa Urimare, la muerte de su progenitor en el ataque del pirata Raleigh vino a ocasionarle un largo vía de penalidades: tras haber efectuado labores manuales en una misión y dado muerte, en defensa propia, a un mal sujeto que había tratado de violarla, se vio obligada a huir hacia el oeste seguidamente luego de varios meses de penoso caminar, defendiéndose como pudo de las alimañas y alimentándose únicamente de frutas así como de las esporádicas piezas de caza que logro capturar, famélica, en penosas condiciones físicas, consiguió alcanzar la zona este del litoral central, pidió ayuda al cacique Guaicamacuto, y se acogió a su amparo. Junto a este participo con insospechada efectividad en algunas de las acciones postrimeras de la lucha por la defensa del suelo patrio, hasta la total claudicación del pueblo aborigen.
Cuenta la tradición que, atendiendo a ciertos emisarios llegados desde su tribu, Urimare retornó junto a los suyos y codo a codo con ellos desempeño, con dignidad y competencia, el cacicazgo hasta el día de su muerte.
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